Revista LeerNos: Crecer en un mundo de estereotipos


Revista: LeerNos - Cuarta edición - Diciembre 2019

Cuando se habla de “estereotipos de género”, se hace referencia a atribuciones y expectativas de actuación de las personas en base a su sexo (Páez, 2004). Debemos tener en cuenta que no es lo mismo hablar de “sexo” que hablar de “género”. Esta diferencia radica en que el concepto de “sexo” corresponde a un hecho biológico, producto de la diferenciación sexual de la especie humana. Por otro lado, el género, implica una significación social que se hace del sexo. No es lo que se es, sino lo que se hace; es una condición que se dramatiza, a través de actos repetidos, que dependen de convenciones sociales y costumbres habituales (Minuchin-Fishman, 2004). Por lo tanto, las diferencias anatómicas y fisiológicas entre hombres y mujeres que derivan de este proceso, pueden y deben distinguirse de las atribuciones que la sociedad establece para cada uno de los sexos individualmente constituidos (Gamba, 2009).

En nuestra cotidianeidad, los estereotipos de género establecen una dicotomía la cual ha dominado el pensamiento occidental y sigue dominando nuestra manera de analizar la realidad como ámbitos separados que se excluyen mutuamente y por fuera de los cuales no hay nada. Este par, además de constar con dichas características, también está sexualizado, jerarquizado y es excluyente, es decir, que un lado del par es considerado femenino o masculino, que se está jerarquizando reforzadamente a las mujeres con respecto a los varones en una inferioridad y que se considera que si algo pertenece a un lado del par, es inconcebible que pertenezca, también, al otro lado (Maffia, 2004).

Para dar cuenta de cuáles son las dicotomías presentes, Maffia (2004) explicó aquellas características atribuidas a la población femenina y otras a la población masculina: rasgos como lo objetivo, lo universal, lo racional, lo público, los hechos, la mente, lo literal fueron atribuidos al lado masculino del par, mientras que rasgos como lo subjetivo, lo particular, lo emocional, la sumisión, la abnegación, la dependencia, lo privado, los valores, el cuerpo y lo metafórico fueron atribuidos al lado femenino del par.

La adolescencia es un periodo en donde se construyen las bases de la personalidad y todos estos modelos a los que los y las adolescentes se encuentran expuestos/as indudablemente influyen en dicha construcción e impactan en nuestras formas de pensar y entender la realidad. Es en esta etapa del desarrollo en la que se producen toda una serie de cambios físicos y psicológicos, iniciándose la búsqueda de una identidad propia (Carretero, 1985). En este período también ocurre la maduración reproductiva. La educación se enfoca en la preparación para la universidad o la vocación y, a su vez, es posible que el grupo de compañeros/as o amigos/as ejerza una influencia en el/la sujeto (Papalia, 2009).

La maduración reproductiva conlleva cambios en el cuerpo tanto en el hombre adolescente como en la mujer adolescente, sin embargo, quienes reciben desde el primer día un bombardeo de información dirigido a su imagen, somos nosotras: Cremas y tratamientos de todo tipo que cumplen el objetivo de evitar arrugas, celulitis, estrías, manchas, y de más signos del paso del tiempo en el cuerpo.

En pocas palabras, el objetivo de todos estos productos implica el tapar todo aquello que no coincida con el ideal de belleza contemporáneo el cual consiste en ser jóven, delgada y sin vello.

Los medios de comunicación tienen gran responsabilidad en esto por cumplir un rol fundamental en la formación de la opinión. Vivimos en una época en la que mientras más rápido sea algo, mejor es, por lo que tienen un gran éxito aquellas dietas insanas que prometen delgadez de la noche a la mañana y generan frustración cuando los resultados no son los esperados. Todos los anuncios publicitarios vinculados con esta modalidad son protagonizados por cuerpos que están más delgados que el promedio de las personas lo que influye a un culto al cuerpo flaco (Taberné, 2012). Debemos mencionar que siempre el fin de estos planes alimenticios no es la salud sino la disminución del peso.

Un ejemplo de esto podría ser una publicidad de Carrefour del año 2018 en la que lanzaron promociones para el día de el/la niño/a bajo la frase “con C de campeones” para los niños y “con C de cocineras” y “con C de coquetas” para las niñas. Aquí vemos, como en muchos otros casos, a la mujer asociada al ámbito privado y al cuidado del cuerpo, incluso desde la niñez.

Si nos enfocamos en la sexualidad, las relaciones sexuales casuales, aún hoy, se encuentran asociadas a algo que es aceptado si proviene del género masculino. Esto nace de la antigüedad en donde, en el inicio de la monogamia, la mujer debía tolerar el predominio y las infidelidades del hombre y guardar una castidad y fidelidad conyugal hacia él. En el momento en el que mujeres griegas engañaron a sus maridos, fueron secuestradas, castigadas y consideradas prostitutas mientras que, en el sexo opuesto, era algo totalmente natural y permitido por la sociedad (Engels, 2017). Esto, aunque distorsionado y en una medida mucho menor, sigue presente en lo cotidiano y es el motivo por el cual la sexualidad libre es bien vista para el género masculino y no tan bien vista para el femenino.

Continuando con el cuerpo, cuestiones totalmente naturales como el crecimiento del vello, son catalogadas de manera negativa si se encuentran presentes en el cuerpo de la mujer. Se ha justificado la imperiosa necesidad de erradicar el vello en nosotras argumentando que es más higiénico. Si este argumento fuera cierto, quienes más vello tienen en su cuerpo son los hombres por lo que deberían ser ellos los principales candidatos a la depilación. Sin embargo, la sociedad decide señalarnos a nosotras.

Eva Antón Fernández (2001) realizó una investigación sobre la socialización de género a través de la programación infantil y descubrió que esta les ofrece a las niñas y a los niños una representación de los sexos que, al excluir la presencia femenina y sobredimensionar la presencia masculina, se condice con la ideología patriarcal. Al mismo tiempo, la comunicación en estos programas reproduce los estereotipos asociando la masculinidad con la violencia, la inteligencia, la aventura, la habilidad e identificando a la feminidad con la debilidad, la pasividad, el trabajo doméstico, la torpeza y la bondad. Según la autora, los medios fomentan el estereotipo de los roles tradicionalmente asignados a cada género, los cuales niños y niñas asimilan consciente e inconscientemente en su día a día.

Si dirigimos el foco hacia el lenguaje, además de utilizar el género masculino para generalizar (“todos”, “el ser humano”, “el hombre”, “el sujeto”, “el paciente”, etc), podemos notar cuestiones aún más profundas. Un hombre a la hora de hablar de su pareja mujer dice “mi mujer/señora” mientras que a las mujeres no nos han enseñado a decir “mi hombre/señor” cuando hablamos de nuestras parejas. Si nos remontamos a unos años atrás, algo que puede verse incluso en las películas, la mujer pasaba a ser “Señora” una vez que contraía matrimonio. Hasta entonces, era “Señorita”, a diferencia del hombre a quien estar o no casado le era indistinto ya que era siempre nombrado “Señor”. Seguido de esto, cuando el cambio de apellido era todavía más común, siempre la mujer era quien lo cambiaba finalizando con el “de” y el apellido de su pareja: “María Rosa Gutierrez de Fernandez” dejando claro a quien pertenecemos. Esto no era así para el hombre.

“Que las mujeres sean sumisas a sus maridos como si se tratara del Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, del mismo modo que Cristo es cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo, del cual él es el Salvador. Así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres lo deben estar a sus maridos en todo.” 

La idea de que somos un objeto que pertenece al hombre también es parte del discurso dominante. De hecho, en muchas publicidades cumplimos el rol de accesorio como, por ejemplo, en una propaganda de Brahma de hace varios años atrás en los que la botella se veía acompañada de mujeres con glúteos y senos de gran tamaño los cuales eran enfocados siempre en primer plano a la par de la cerveza. Uno/a pensaría... ¿Qué relación tiene esta bebida alcoholica con los senos y los glúteos? Exacto. Ninguna. Es por eso que allí como mujeres cumpliríamos solo el papel de algo que “adorna” el producto a vender.

Retomando el lenguaje, quisiera agregar algo que mencionó la autora Graciela Beatriz Reid en una exposición de su libro. Le consultaron por qué en la bibliografía no había seguido la regla de colocar primer letra del nombre y luego el apellido; ella respondió que decidió poner nombre completo porque, lamentablemente, la gente leía los textos y daba por hecho que quien escribía era un hombre.

Podemos ver cómo el ámbito intelectual sigue asociándose, aunque inconscientemente, al lado masculino del par dicotómico lo cual no es extraño ya que históricamente las mujeres fueron colocadas en el ámbito privado (Meler, 2007).

¿Cómo crecer comprendiendo que nuestro cuerpo es nuestro, si todo el tiempo nos están dando órdenes acerca de qué hacer con él? ¿Cómo crecer intentando meter en nuestra cabeza que somos sujetos y no objetos si en publicidades, películas, boliches invitan a los hombres a consumirnos como si lo fuéramos? ¿Cómo criaremos niños que respeten a las mujeres si crecen en una cultura que considera lo femenino como algo malo? ¿Cómo criaremos niñas- líderes si en su programación los héroes son hombres? ¿Cómo les enseñaremos que el aspecto de su cuerpo no importará mientras tengan salud si las muñecas con las que juegan tienen medidas inalcanzables que se muestran como ideales? ¿Cómo les enseñaremos a elegir su profesión más allá de lo privado si los que son entendidos como “juguetes para nena” son una cocina, una escoba o un/a bebé? ¿Cómo enseñar a nuestras hijas, sobrinas, hermanas, primas, amigas, a vincularse teniéndose a ellas mismas como eje si en infinidad de cuestiones nos toman como propiedad del hombre? ¿De qué forma lograremos sentir que nuestra palabra es válida, si nuestro trabajo se encontrará continuamente desprestigiado y se nos culpará por no cumplir con nuestra supuesta labor vital la cual principalmente consiste en la maternidad y el cuidado del hogar? ¿De qué manera las adolescentes construirán su subjetividad si se ven rodeadas de anuncios que dan 1001 razones por las que su cuerpo está mal y que las únicas dos opciones que tienen para elegir son cambiarlo completamente persiguiendo una y otra vez un ideal imposible o taparlo a causa de no ser considerado digno de ser mostrado? ¿Cómo seremos libres si vivimos inmersas en una cultura que nos señala con el dedo cada vez que la desobedecemos hasta en lo mas mínimo?

No podemos permanecer por fuera de los debates contemporáneos. No sólo como profesionales sino como personas, debemos analizar y deconstruir los discursos dominantes.

El primer paso hacia una interacción más saludable es reconocer la existencia de un sistema sostenido por discursos hegemónicos que ocultan la desigualdad entre hombres y mujeres, para así encontrar formas útiles de deconstruir aquellos discursos que prescriben y alientan la inequidad de género (Tavernieres, 2012).

Estamos avanzando pero el camino es largo. Derribar los estereotipos de género es responsabilidad de todas, de todos, de todes.

Bibliografía:

~ Anton, E. (2001). La socialización de género a través de la programación infantil de televisión. Trabajo de investigación en materia de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Universidad de Valladolid: Valladolid.

~ Carretero, M., Palacios, J., Marchesi, A. y cols. (1985). Adolescencia, madurez y senectud. Madrid: Alianza

~ Engels, F. (2017). El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Moscú, Rusia: Marxists Internet Archive

~ Gamba, S. (2009). Diccionario de Estudios de Género y Feminismo. Buenos Aires: Biblos

~ Maffia, D. (2004) Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica. Seminario dictado en el Inst. Interdisciplinario de Estudios de Género, U.B.A., Buenos Aires

~ Meler, I. (2007). Psicoanálisis y género. Deconstrucción crítica de la teoría psicoanalítica y nuevos enfoques teóricos. Cuestiones de género, 2, 13-48.

~ Minuchin, S. & Fishman H.C. (2004) Técnicas de terapia familiar. Buenos Aires: Paidos

~ Páez, D. (2004) Relaciones intergrupales: Psicología Social, Cultura y Educación. Madrid: Pearson educación.

~ Papalia, D.E. (2009). Psicología del desarrollo: De la infancia a la adolescencia. México: Mc Graw Hill.

~ Taberné, S. (2012) Los peligros de querer ser como una modelo de pasarela. Diario El Mundo. España. Recuperado de http://www.elmundo.es/elmundosalud/2012/11/08/noticias/1352406259.html

~ Tavernieres, K. (2012) Abuso emocional en la pareja: Construcciones y deconstrucciones de género: Buenos Aires: Biblos